domingo, 2 de agosto de 2009

España es el segundo país del mundo en número de muertos cuyo paradero se desconoce

Les agradezco a Pedro Medina Sanabria y Jose Miguel Dumpiérrez que me hayan facilitado esta información:

La Iglesia y la guerra
SALVADOR CANTABRANA JIMÉNEZ - Logroño, La Rioja - 27/07/2009

Con 72 años de retraso, pero más vale tarde que nunca, un puñado de obispos se han dignado pedir perdón por el papel que mantuvo la Iglesia en la Guerra Civil, y lo que fue peor, en los 40 años de dictadura. Si ya en la contienda se pusieron al lado de los golpistas, con actuaciones tan deplorables como la de delatar a tantos demócratas en los pueblos de toda España a las tropas de Franco, Hitler y Mussolini, su connivencia posterior con el franquismo fue palpable y evidente. La Iglesia católica ejerció un papel represor ideológico feroz, y en las escuelas se enseñó la moral y la educación de los fascistas, cercenando toda la libertad y la cultura que florecieron en los pocos años que dejaron existir a la República Española. ¡Cuánto daño irreparable causaron durante tanto tiempo de oscuridad, de falta de libertad, de represión y desasosiego! Nunca demostró la Iglesia compasión ni piedad para tantos que sufrieron el castigo de perderlo todo. De los que murieron asesinados en las cunetas, de los que pasaron años en las cárceles, de los que tuvieron que emigrar a otros países, dejando familias destrozadas. Todo lo contrario, se colocó al lado de los opresores y les daba comunión y perdonaba sus pecados, y fue garante de la moral y la educación más retrógrada.

A la muerte del dictador Franco, la jerarquía católica se quiso posicionar al lado de la democracia, pero pasado el espejismo de Tarancón, y de los curas obreros, ha vuelto donde solía, a defender la negación de todos los derechos conquistados y a querer meternos otra vez en la cueva. Si dependiera de ellos, volveríamos a los días negros y a la pesadilla de la dictadura, donde dominaban y nos sometían.

Sólo unos pocos obispos piden ahora perdón. Los demás, de momento, callan o siguen en su delirio de cruzada nacionalcatólica, santificando mártires de un lado y olvidando a todos los demás. Qué losa tan pesada tenemos encima y qué difícil es quitárnosla.

El manifiesto, titulado Por un normal cumplimiento del Convenio Europeo de Derechos Humanos en España para el caso de los desaparecidos y que define la Ley de Memoria Histórica como una "ley de la vergüenza histórica", resalta que España es el segundo país del mundo en número de muertos cuyo paradero se desconoce (150.000 personas), "tan sólo por detrás de la Camboya de Pol Pot".
Para propiciar una investigación "oficial, efectiva e independiente" en el asunto de las fosas -pero también, según el texto, en el caso de los "niños perdidos", es decir, críos separados de sus familias españolas democratas durante y tras el golpe de estado franquista-, el documento entregado ayer en la sede de la Presidencia del Gobierno propone crear una Comisión Nacional de Búsqueda de Desaparecidos. "Sería algo similar a los comités surgidos en los países latinoamericanos a finales de los años ochenta, tras las dictaduras militares", explica Rodríguez.
La nota enumera hasta cuatro violaciones de la Convención Europea de Derechos Humanos en las que incurriría la ley. La crítica más dura de todas es la que acusa a la norma de seguir el modelo "previsto por Franco y Hitler" en la Orden de mayo de 1940, "ya que no recoge ni una sola de las obligaciones del Estado en materia de verdad, justicia y reparación".
En diciembre pasado, Zapatero se comprometió a reunirse en 2009 con las asociaciones para valorar conjuntamente la ley. Aunque tal encuentro no ha tenido aún lugar, estos grupos aseguraron ayer "confiar" en la palabra del jefe del Gobierno.


Representantes de las asociaciones, ayer en La Moncloa.-

"Cuentan que se la llevaron, la violaron, la torturaron, le cortaron los pechos y la mataron". Según la tradición oral, esto le ocurrió a una víctima de la represión franquista en la comarca de O Morrazo. Los historiadores encargados de recopilar testimonios de represaliados por el franquismo han de desenmascarar a diario mitos como éste, a veces fuertemente arraigados en una comunidad. Es el trabajo de Andrés Domínguez Almansa, del equipo de investigación de las tres universidades gallegas, que lleva tres años embarcado en el proyecto As vítimas, os nomes e as voces, una base de datos con 14.000 registros de víctimas de la Guerra Civil y la represión franquista, y el lugar donde perdieron la vida

Los testimonios se contrastan para construir una misma historia
El registro incluye un mapa con los lugares donde fueron torturados
"Lo que en realidad ocurrió", cuenta Domínguez, "es bastante más sencillo, aunque no menos dramático". Dos mujeres fueron trasladadas en un coche, de noche -"como siempre"- a un camino. Bajaron del coche y a una de ellas le pegaron un tiro. Murió. Con la otra hubo menos puntería. El coche arrancó dejándola tirada, inconsciente, entre unas rocas. Al amanecer, entre la neblina, la mujer levantó la vista y distinguió a un pescador. Ella le pidió ayuda y él bajó la cabeza presa del pánico. Titubeó, cuenta Domínguez, al señalarle el camino de vuelta. Se deshizo en disculpas. Su familia había sido también represaliada. Aquella mujer enfiló el camino a casa y contó su historia. No hubo mito.

La verdadera epopeya ocurrió en pleno siglo XX, cuando la historia de esta mujer fue reconstruida. El equipo de la Universidade habló con la hija de aquella superviviente, que relató los hechos tal y como los contó su madre al regresar. Casualmente, en la misma comarca pero en distinta localidad, otra entrevista cerró el círculo. "Un hombre nos contó que su primo, una madrugada de pesca, se encontró con una mujer en camisón, con un tiro que le pidió socorro y que jamás olvidará que no pudo ayudarla". Cerrar el círculo, y obtener un testimonio contrastado, que se complete entre sí por voces que jamás se han conocido, es un éxito del que los historiadores se sienten profundamente orgullosos. Reconstruyen la historia, su objetivo, y le ponen al lado el nombre de sus protagonistas.

Las fuentes orales son clave. Localizarlas es un trabajo costoso, para el que el equipo trabaja a pleno rendimiento. El valor de los testimonios es tan alto que está indexándolos todos y colgándolos en formato vídeo junto a cada una de las fichas. Es difícil hacer una entrevista para un trabajo como el que este equipo tiene entre manos, no todo el mundo vale. "Ha de existir empatía, has de escuchar mucho y no intervenir para nada en el relato; ésa es su memoria", explica María Jesús Souto, del equipo de investigadores. Ella, que para su tesis doctoral tuvo que entrevistar a falangistas, reconoce que el que una persona confíe en ti es lo más complicado.
Andrés Domínguez explica que el método del equipo consiste en peinar zonas, seguir pistas, escuchar a los que quieran contarlas, buscar a aquellos que puedan completar las historias, y sobre todo, echar abajo mitos aupados por la política o los movimientos sociales. "Hay que tener cuidado con la memoria, porque es resbaladiza", explica Domínguez, "hay que quitar de en medio lo que pueda falsearla". El trabajo de este equipo es reconstruir la historia y hacerla veraz. Y en el camino, descifrar por qué se hicieron mitos. En la mayoría de los casos, explica Domínguez, "porque la gente necesitaba creer en algo y en que la batalla tenía un sentido". Así justifica que el Partido Comunista tuviera sus propios héroes y en muchos casos se haya comprobado que las historias no ocurrieron exactamente así.

Se llega a esa verdad trabajando con los testimonios orales. En éstos, las medias palabras son el lugar común. Hay quien no tiene miedo de hablar, quien está esperando a que le pregunten, y hay quien lleva toda la vida ocultando su historia, forzándose a no hablar del tema. "Llegamos nosotros y creemos ser los primeros que preguntamos, pero no", cuenta Domínguez. "Está ese niño que a sus ocho años preguntó '¿qué le pasó a papá?', y nadie le hizo caso". A Telmo Comensaña, de 75 años, hijo y sobrino de represaliado jamás le contaron qué fue de aquellos hermanos que llevaban adelante una asociación de agricultura para los más los jóvenes. Nunca conoció a su padre, "se lo llevaron por delante cuando yo tenía dos años".

Así que él fue uno de los primeros investigadores sobre su propia memoria. Ahora colabora con el equipo universitario. En las últimas décadas, ha recopilado papeles y testimonios de familiares lejanos y amigos que le contaban cómo eran sus familiares. "Mucha gente dice que la época más feliz de su vida es la infancia, para mí fue la madurez, cuando conocí a mi padre".


Familiares de represaliados por el franquismo incluidos en el censo de víctimas, ayer en Santiago

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